Durante la edad avanzada tienen lugar cambios en la mayor parte de funciones y procesos psicológicos. No obstante, a modo general podemos afirmar que estos cambios no se producen de forma equivalente en todas las personas, sino que se ven influidos de forma clave por factores como la salud física, la genética o el nivel de actividad intelectual y social.
Nos focalizaremos en el análisis del desarrollo durante la tercera edad de cuatro de los aspectos psicológicos más estudiados en este campo: las capacidades atencionales, los distintos componentes de la memoria, la inteligencia (tanto la fluida como la cristalizada) y la creatividad.
1. Atención
Si bien se ha identificado de forma clara un declive en el funcionamiento de los procesos atencionales a lo largo de la vejez, estos cambios no se dan por igual en todos los tipos de atención. Para entender el deterioro propio de esta etapa vital es necesario describir en qué consisten la atención sostenida, la dividida y la selectiva.
Hablamos de atención sostenida cuando una tarea requiere que mantengamos el foco atencional fijo en un mismo estímulo durante un periodo de tiempo relativamente prolongado. Las personas mayores son menos precisas al iniciar las tareas, pero su grado de acierto no se reduce más que el de los jóvenes a medida que pasa el tiempo.
En cambio, resulta mucho más marcado el deterioro de la atención dividida, consistente en alternar el foco atencional entre distintas fuentes estimulares o tareas. El grado de eficacia es más bajo cuanto mayor sea la dificultad y el número de las tareas a través de las cuales se evalúe este tipo de atención.
La atención selectiva nos permite atender de forma prioritaria a determinados componentes estimulares, por encima de otras experiencias perceptivas menos relevantes. Las diferencias entre personas jóvenes y mayores sólo aparecen cuando las tareas son difíciles y cuando es necesario ignorar una cantidad importante de información irrelevante.
2. Memoria
La memoria sensorial, el más inmediato de los almacenes de memoria, muestra generalmente un declive ligero como consecuencia del envejecimiento. La memoria a corto plazo de tipo pasivo no parece verse afectada por la edad excepto por un pequeño descenso en la velocidad de recuperación de la información. or contra, diversos estudios longitudinales revelan que la memoria operativa o de trabajo sí empeora a lo largo de la vejez, en especial a partir de los 70 años. Esto se asocia a las dificultades para manejar los procesos atencionales que hemos descrito en el apartado anterior. En cuanto a la memoria a largo plazo, cuando el material es de tipo procedimental o declarativo no se producen déficits asociados a la vejez. En cambio, los recuerdos episódicos o autobiográficos se deterioran claramente a medida que la edad avanza, si bien los de la segunda década de vida se mantienen más que los del resto.
De forma resumida, podemos afirmar que el deterioro de la memoria no se asocia a la vejez de forma directa sino a través de la aparición de déficits cognitivos de intensidad patológica, lo cual no sucede en todas las personas. Por otra parte, cuando los problemas de memoria son ligeros resulta relativamente sencillo compensarlos con estrategias conductuales.
3. Inteligencia
A pesar de que se han encontrado diferencias en la inteligencia en función de la edad, éstas son diferentes en función de si se investigan de forma transversal (comparando dos grupos de edades diferentes en un mismo momento temporal) o longitudinal (a lo largo del tiempo en los mismos individuos). Otro aspecto clave es la distinción entre inteligencia fluida y cristalizada.
La inteligencia cristalizada, que hace referencia al conocimiento acumulado y a su manejo, no deja de aumentar a lo largo de la vida, excepto si se padece un trastorno mnésico. En cambio la inteligencia fluida, asociada a la eficiencia de la transmisión neuronal y otros factores biológicos, muestra un deterioro intenso al menos desde los 70 años.
En este sentido cabe hacer una mención especial al fenómeno de la pérdida terminal, que consiste en un deterioro muy intenso en las puntuaciones de CI en los últimos 5-10 meses de vida a causa del declive físico. Como el resto de déficits intelectuales derivados de la vejez, la pérdida terminal se asocia en mayor medida a la inteligencia fluida que a la cristalizada.
4. Creatividad
La creatividad se define como la capacidad humana para generar ideas nuevas y soluciones originales a través de la asociación entre contenidos mentales ya existentes. En psicología se suele usar el concepto de “pensamiento divergente” o “lateral” para hacer referencia a esta capacidad, en oposición al pensamiento convergente o vertical, basado en la lógica.
Aunque las investigaciones en torno a la evolución de la creatividad en función de la edad son escasas, sus resultados sugieren que se mantiene e incluso mejora con el paso del tiempo en las personas que la ejercitan. No obstante, entre quienes no son especialmente creativas tal capacidad es inferior en la vejez que en edades más tempranas.
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